Dos condimentos (o buenas excusas) para visitar Guatemala. Por un lado ir a La Antigua una ciudad con opciones e historia. Sumado a hacer el viaje en Semana Santa que le suma color, cultura y diversidad. Lo cuenta en primera persona Ale Linares.
Por: Ale Linares
Tardamos cuatro horas en llegar desde Panajachel hasta La Antigua. Nos hospedamos en un Hostel Boutique llamado Cucuruchos. Desde su terraza podían observarse los tejados de La Antigua y la custodia permanente de la cercana silueta del Volcán de Agua.
Como fondo del mostrador de la recepción, un llamativo cuadro de flores con la C de Cucuruchos me intrigó. Esa imagen se usaría para crear la alfombra de flores que el hotel haría en la calle el viernes santo.
La Antigua se encuentra rodeada de verdes montañas que pareciera definen claramente su superficie. La figura más llamativa que vemos desde todos lados es la del Volcán de Agua, en el que permanentemente se asientan nubes otorgándole un aire fantasmagórico. Es la ciudad de la primavera eterna. Su clima es perfecto, cálido, con brisa, sol pleno y fresco cuando atardece.
Frente a las Iglesias más importantes, las plazas cobijan mercados callejeros con comida, frutas y también dulces muy diversos con coco y mazapán.
Nuestro Hostel, el Cucurucho, estaba a media cuadra de la Iglesia del Hermano Pedro que poseía un hospital contiguo a ella. En el Museo del Hermano Pedro se ven ofrendas de personas que agradecen al cura por haberlos curado, cuelgan muletas, zapatillas, cuadritos con fotos.
Una mañana tuvimos la suerte de ver como una procesión salía de la iglesia de San Francisco, droms, periodistas, comida, gente y olor a incienso.
Religión, arquitectura y cultura en La Antigua
Impresiona la cantidad de órdenes religiosas que se asentaron allí. Las iglesias las describiría como muy macizas, muy barrocas, de poca altura y muy sencillas. El trabajo de las fachadas me dice que fue hecho por manos indígenas, los rostros de cada uno de los santos aquí representados tienen rasgos indígenas.
Prevalece el blanco y el amarillo en sus fachadas. Visitamos conventos, de patio central y claustros a su alrededor y siempre vemos una gran fuente de agua en el centro del patio. La fuente más grande y elaborada es la de La Merced, de las monjas Capuchinas.
Las calles de La Antigua son de adoquines. Las chimeneas de las cocinas sobresalen de los tejados. Son blancas, redondeadas, también pequeñas .Las casas tienen portón de buenas maderas, y siempre, dentro del portón una puerta más pequeña. Las ventanas, verticales con reja de hierro. Se suman flores y palmas que se enredan en víspera de la Semana Santa.
Esta es una ciudad donde todo me parece bajito. Donde las edificaciones son de baja altura. Los patios un paraíso, un vergel, la selva misma allí dentro. Estos patios siempre están rodeados de galerías perimetrales con columnas de madera de sección redonda talladas. Los techos están decorados con pinturas y los solados son de baldosas de un rojizo lustroso.
En los patios de las casas también encuentro las fuentes, en el centro o en una pared y muchas veces tienen reminiscencias mudéjares. Entramos en una casa particular, donde una guatemalteca amorosa nos enseñó cada rincón con mucho amor. Nos convido con torta y nos mostró orgullosa la colección de campanitas de su mamá.
La Antigua y sus historias
El convento de Santo Domingo fue convertido en hotel de lujo, adquirido por un arquitecto que pensó en transformarlo en condominio y luego decidió convertirlo en hotel. En lo que antiguamente era la nave de una Iglesia ahora funciona una Sala de Conferencias.
Cafeteamos en un oscuro y suntuoso bar donde el mozo nos contó historias atrapantes. Parece que circulan espíritus por aquí, todos lo saben, todos los oyen. Y cuentan que tocan la puerta de la habitación 206 todas las noches a la misma hora. También relatan que las puertas se cierran solas.
El mozo, entusiasmado con los relatos nos dice que todos los conventos están unidos por pasadizos subterráneos, que monjas y curas deambulaban por ellos para encontrarse.
Otro lugar con leyenda y ricos desayunos y lunches es el Café Condesa, frente al parque central de la catedral. Este lugar fue la morada del Conde. Cuentan que al encontrar a la Condesa de amoríos con su mayordomo; el Conde mandó enterrarlo vivo allí mismo.
Las visitas y la diversidad de opciones
Luego, se nos ocurrió visitar la Finca de Café Filadelfia. Primero caminamos hasta meternos en medio de la plantación. Los arbustos son petisos y están plantados debajo de otra especie de planta que les da sombra y hace que el café sea de mejor calidad.
Vimos todo el proceso allí. Los granos pasan a tambores con agua, allí flotan los que tienen una plaga y quedan separados. Luego se van pelando hasta llegar a la pepita que es de color verdoso. Eso es lo que se exporta. Luego se tuesta en el lugar donde llega.
Nos quedamos a almorzar allí, con hermosas vistas rodeadas de montañas verdes. Luego hicimos dedo y el tío de Arjona nos llevó hasta el pueblo de San Felipe desde donde estaba saliendo una procesión hacia la Antigua .
Dimos una vuelta dentro de esa iglesia y le pedimos a San Felipe, pasando delante de un cristo acostado dentro de un ataúd transparente.
El Volcán Pacaya
Una hora y media de viaje por camino muy serpenteante nos dejó en el pueblo San Francisco de Sales. Allí esperaban guías, porteadores y caballos para comenzar la excursión al volcán. Nos internamos en una selva. Por momentos escuchaba un sonido extraño, como de un animal, que venía desde lejos, de a ratos, era un sonido muy extraño que ocasiona en mi algo de incertidumbre. ¿Qué era? ¿De dónde provenía?
Pregunte al niño que nos acompañaba qué era lo que oía y me contestó: “Es Él”, como refiriéndose a un hombre. “Él”, pregunté. “Sí “seño”, Él, el volcán Pacaya” “Hace fuerza de a ratos y sopla, y sopla, sabe. Él quiere sacar el tapón que tiene arriba”.
El rugido era del volcán, que luchaba por erupcionar. La silueta negra de Pacaya es hermosa. Su punta está truncada, y mirando sus laderas, observo por donde ha corrido alguna vez la lava. Es muy peligroso vivir en ese pueblo, se encuentra justamente en la base de un volcán activo.
Sin embargo, sus habitantes no quieren abandonar ese lugar, son muy creyentes y me cuentan que Dios siempre los ha protegido. El guía que allí vive me relata que lo ve en erupción de noche, al rojo, desde el patio de su casa cuando ya los turistas se han ido.
Luego de una hora y media de caballo comenzamos a bajar sobre ríos de lava muy negros hasta llegar a la cocina. Sentimos el calor que salía del centro de la tierra. Allí abajo todavía había lava, y el guía nos regaló palitos con los que asamos malvaviscos. Regresamos extenuadas, con la satisfacción de que Pacaya nos había hablado.
La Antigua en Semana Santa
Una amiga me había dicho: “Ale, tenes que estar en La Antigua alguna vez, y ver las alfombras que arman en las calles durante la Semana Santa”. Mi cabeza registró eso, y lo guardó pensando, algún día iré, si voy a Guatemala, pues será para Semana Santa. Y así lo programamos.
El jueves y viernes santo son los días de confección de alfombras. Toda la noche y todo el dia se dedican a realizar estas obras de arte sobre las calles empedradas de la ciudad.
Primero las riegan, luego con césped, aserrín de colores, flores, verduras y frutas o bien con todo eso junto realizan unos diseños maravillosos. Las mojan para que el viento no las vuele. Se los ve muy entusiasmados armándolas con plantillas caladas en mdf.
Las ejecutan a lo largo de todo el recorrido por donde pasarán las distintas procesiones. De cada una de las iglesias salen procesiones con cristos crucificados. Detrás de estas, otra con la Virgen Maria. Bandas acompañan a la procesión tocando marchas fúnebres que me dan escalofríos. Relucen los bronces de los instrumentos de viento que tocan los guatemaltecos.
El vaivén de la procesión, ese andar cansino y lento que va para luego volver sobre sus pasos retrocediendo mientras suenan los tambores es estremecedor. La primera procesión que vi, me conmovió hasta las lágrimas. Los hombres que las llevan en andas se llaman cucuruchos y visten túnicas con capuchas de color violeta.
Existe una agenda impresa donde el turista puede saber a qué hora sale cada procesión y cuál será su recorrido. El olor a incienso inunda las calles, el humo se apodera de La Antigua en estos días. En las madrugadas me despertaba y sentía muy cerca de mi cama el paso de alguna procesión.