Una de las atracciones italianas preferidas por los viajeros del mundo, principalmente por la impronta de Shakespeare tanto en esculturas como en paseos. Una ciudad donde se respira aires de época, aires de romanticismo.
«Con alas del amor salté este muro; jamás la piedra detendrá al amor, pues todo lo que él puede, oso intentarlo».
Fue la respuesta de Romeo ante la pregunta de Julieta. Cómo había llegado en plena noche hasta allí, hasta el balcón de su habitación, y para qué. Se trata de un pequeño fragmento de una de las escenas de la historia de amor más famosa de todos los tiempos escrita por William Shakespeare en 1597.
Siempre nos gustó pensar que se llevó a cabo en un palacio de inicios del siglo XII ubicado en la vía Cappello 23 en Verona, Italia. Digo que siempre nos gustó pensar que fue realidad, porque bien sabemos que ésta conocida tragedia es sólo una pieza ficcional recreada por uno de los escritores más importantes de la historia de la literatura, quizás el mejor dramaturgo.
Es verdad que nunca existió una Julieta Capuleto ni un Romeo Montesco, y que no tenemos la certeza de que Shakespeare realmente haya pisado alguna vez las tierras de Verona. Pero lo que sí sabemos es que la elección de esta ciudad como paisaje de esta historia, permitió que se instalara como la capital del amor.
Para aquellos que disfrutan de sumergirse en las historias de amor clásicas y están dispuestos a dejarse llevar por la magia de la ficción, Verona es el lugar que tienen que visitar. Una ciudad ubicada al norte de Italia, habitada por no más de 270.000 habitantes, adornada de monumentos y construcciones antiguas, abrazada por colinas y el río Adigio, situada a tan sólo 30 kilómetros del lago de Garda.
Subí al tren que me llevaría a destino con un ejemplar de Romeo y Julieta en mano, ya que supuse que era el momento oportuno para leerlo nuevamente. No sólo serviría para ponerme a tono con el lugar, sino también me ayudaría a lidiar con la ansiedad de llegar. En cuanto estuviese allí tenía una gran prioridad. Ya lo habrán imaginado: visitar La Casa de Julieta. Un palacio de origen medieval que efectivamente pertenecía a una familia veronesa llamada Dal Capello, que luego de sufrir innumerables transformaciones, sólo conserva algunos escudos esculpidos en piedra, ubicados en la fachada y en el interior de la construcción. Actualmente, este palacio funciona como museo y está abierto a todo el público, todos los días del año.
Llegué a la estación de trenes Verona Porta Nuova al mediodía. Era domingo y en las calles reinaba la tranquilidad y un gran silencio. Con un sol veraniego caminé hasta el hostel donde había realizado la reserva, dejé la valija, tomé de regalo un mapa, y sin perder más tiempo, fui a conocer La Casa di Giuletta.
En el camino, me encontré con el Museo de Castelvecchio, dentro del complejo de la fortaleza Scala de Castelvecchio y me prometí volver más tarde. Atravesé la Piazza Bra, la más grande de la ciudad, y me topé con la Arena de Verona. Tuve que detenerme a admirarla. Es el anfiteatro romano que mejor conserva las estructuras de su estilo. Pero no me permití distraerme, ya estaba claro cuál sería el primer punto turístico en visitar. Iba a tener tiempo de conocerla al día siguiente, junto con el Teatro Romano, uno de los monumentos arqueológicos más relevantes de la ciudad. Además de la Piazza delle Erbe, la Catedral de Verona, entre otras atracciones más.
A medida que me fui acercando al lugar en cuestión, el silencio fue desapareciendo. La calle Capello estaba repleta de gente intentando ingresar al palacio con un mismo objetivo: tocar el seno derecho de la estatua de Julieta. Hay varias versiones del porqué de este ritual. Algunos sostienen que sólo da suerte, otros que tocándolo en algún momento volverán a Verona y, mi versión preferida, es que haciéndolo encontrarás al amor de tu vida. Me dirigí hacia ella, pasando por un pasadizo oscuro de ladrillos vistos lleno de papeles, curitas y chicles pegados en la pared. Todos con mensajes dirigidos a Julieta. Mensajes que contenían pedidos, deseos o demostraciones de amor. Llegar no fue fácil ,ni rápido debido a la multitud de turistas. Pero una vez que estaba próxima a ella, la trepé y finalmente, me tomé una foto con mi mano ubicada en el lugar que tenía que ser.
Luego de haber cumplido mi objetivo principal, desde el patio interno donde se encuentra la afamada escultura, miré hacia arriba y me encontré con el renombrado balcón donde supuestamente, los amantes más famosos de la literatura, se juraron amor eterno. La Casa de Julieta fue convertida en Museo en 1905, el balcón se encuentra en el segundo piso y fue agregado antes de esa fecha junto con un par de ventanas que suman detalles a la fantasía. Desde abajo observo a los turistas asomándose de a uno o en pareja, sacándose fotos y contemplando una vista que Julieta alguna vez, según la leyenda, contempló. Compré el billete correspondiente para vivir esa experiencia. Además de tener la posibilidad de pararme allí y deleitarme con ese paisaje, pude disfrutar tanto en el primer piso como en el segundo, de una serie de obras de arte exhibidas: muebles, vestimentas y cerámicas de época.
Romeo y Julieta es una historia que resulta inolvidable, no sólo por el amor que se tuvieron sus protagonistas, sino también por la tragedia que los separó. Por eso, luego de revivir los lugares donde la felicidad reinó, era el momento de visitar los puntos turísticos que cuentan la otra mitad del relato. Con el mapa en una mano y un helado en la otra, comencé a caminar rumbo a la Tomba di Giulietta, el lugar donde descansa en paz el preciado personaje.
Empezaba a anochecer. Decidí dejar pendiente la visita a la Casa di Romeo e ir a recargar energías degustando alguna que otra especialidad de la oferta gastronómica italiana, con el libro en la mochila a medio leer.